El mundo anda siempre buscando
cómo desacreditar a la Iglesia con el fin de acabar con ella, y el tema de los
abusos sexuales les ha resultado una mina. Tanto si son ciertos como si son
falsos. Como explica el sacerdote Gabriel Calvo Zarraute en su obra “De Roma a
Berlín”, la cuestión se complica por el servilismo de la jerarquía eclesiástica
al mundo y su doble vara de medir, pues mientras no ha tenido reparo durante
décadas en ocultar abusos verdaderos (ejemplo Casa de Santiago en Barcelona),
tampoco se hace problema a la hora de despertar sospechas sobre abusos falsos
con el objetivo de dañar la memoria de santos sacerdotes.
Es el flagrante caso de calumnias contra el difunto sacerdote Josep Mariné (en la imagen) por supuestos abusos sexuales en la parroquia de san Félix Africano en Barcelona en los años 1970 vertidas en junio de este año en el País y en TV3, la cadena de televisión del régimen independentista anti-clerical.
Lo que se esconde en el fondo de este intento de damnatio memoriae del P. Mariné con inesperadas ramificaciones es el odio a la tradición litúrgica y doctrinal de la Iglesia. Si comenzamos por la explicación que Marcos Vera Pérez ofreció en un artículo en InfoVaticana desmintiendo los supuestos abusos, y al hilo de los acontecimientos en la parroquia de San Félix Africano en los años 1970, lo que emerge es la resistencia en favor de la tradición de la Iglesia en Barcelona, de unas dimensiones que no pueden ser minimizadas, con la creación de una asociación y religiosos de San Antonio María Claret que agrupó a 6.000 almas ordenadas y consagradas.
En palabras del reverendo Miguel Ángel Barco, uno de los protagonistas de esta historia, en el blog de JacquesPintor del 17 de junio de 2024, “al ver la tormenta postconciliar que se estaba formando, estos 6000 sacerdotes se ponen todos de acuerdo y apoyarán los criterios de Monseñor Lefebvre. Sin embargo, en 1976, el cardenal Tarancón emitió un comunicado sobre la suspensión a divinis impuesta por el papa Pablo VI a Mons. Lefebvre y que no deben ser acogidas en ningún templo de la Iglesia Católica las actividades que éste tenía previstas en Madrid y Barcelona (…). Tras este comunicado, toda la Asociación de Sacerdotes y Religiosos de San Antonio María Claret, en bloque, sacerdotes y religiosos, se desvincula de Monseñor Lefebvre, menos mossèn Mariné, párroco de san Félix Africano, que sigue manteniendo relación con él y enviando vocaciones sacerdotales a Ecône”. Para comprender mejor las dimensiones de esta historia, les recomiendo leer el texto enlazado aquí.
El P. Barco, a partir de su muy cercano conocimiento de los
tiempos de Mn. Mariné en la parroquia de san Félix, está convencido, como
afirma en la entrevista, de la falsedad de las acusaciones contra mossèn Mariné.
Para el P. Barco, la razón de este intento de damnatio memoriae está clara y es
evidente en la poca imaginación que demuestra el jesuita Arana, que igual que califica
al P. Barco como “un personaje oscuro y desequilibrado por su amor a la
liturgia tradicional”, usó términos similares para calumniar al P. Mariné, “por
una cuestión de gustos litúrgicos distintos”. Barco se pregunta en la citada
entrevista “por qué razón Arana – socio de Omella en la trama de Zaragoza –
menciona gratuitamente a Mossèn Mariné en una carta remitida al papa Francisco
cuya única intención era mancillar el honor del arzobispo Ureña”.
Y precisamente ésta es la más conocida de las insólitas ramificaciones de la persecución a la tradición litúrgica y doctrinal de la Iglesia: el caso Ureña, vinculado en esta carta de Arana con el reverendo Mariné; puesto que del jesuita Germán Arana, el difunto Elías Yanes y el cardenal Omella parte la campaña de acoso y derribo al arzobispo Manuel Ureña en sus años en Zaragoza; diócesis en la que mossèn Barco, incardinado en la diócesis de Alcalá pero barcelonés de nacimiento, prestaba servicios propios de su ministerio en la localidad de Épila.
Estamos hablando de una persecución
a la tradición doctrinal y litúrgica de la Iglesia que se extiende a lo largo
de más de 40 años y que tiene al P. Miguel Ángel Barco como testigo de
excepción, muy a su pesar, tanto en San Félix Africano como en el acoso y
derribo a Ureña. Seguro que ya conocen esta segunda parte, la de Ureña, bien
investigada y expuesta con detalles por Jacques Pintor.
Cuesta comprender el porqué de la
inquina, más allá de ambiciones carreristas como la del mediocre Omella, pero
de manera nada sorprendente, lo que inicia la persecución al obispo valenciano
fue la celebración de una Misa de réquiem en la Parroquia de Épila en enero de
2011, que convirtió a Ureña en el primer obispo en España en celebrar públicamente
una Misa por el rito tridentino tras la promulgación del motu proprio Summorum
Pontificum por parte de Benedicto XVI en 2007.
Estos siniestros lobos con piel
de oveja “salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros”. Al final,
como de Dios no se ríe nadie y Él ve las intenciones y lo oculto en los corazones, cada cual recibirá según sus obras en el juicio particular el día de su
muerte.
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